Los
funcionarios, esos testigos incómodos de la ineptitud y las tropelías de
algunos, demasiados, políticos que los mandan; a veces represaliados, otras
puenteados y ninguneados, cuando no vituperados por el común de los mortales. También
hay algunos que no sirven ni para escuchar si llueve, otros eficaces y eficientes, los más, y un grupo de los que cabría decir aquello de "¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!. Los políticos, esos seres
que creen a pies juntillas que la mayoría da la sabiduría, y la absoluta la
ciencia infusa. No todos, seamos justos.
Y
así, algún que otro concejal de urbanismo, aunque sus estudios y preparación llegue
escasamente a 2º de la ESO, y nula experiencia en la cuestión, sabe más que
el arquitecto o ingeniero de cualquier
ramo o rama y le enmienda la plana y el
plano, si menester fuere. Qué decir del
de educación y cultura, con escasez de aptitud, actitud e idoneidad en ambas materias…, pues lo mismo. Y así
etc., etc. Y si hace falta se buscan asesores varios, bien pagados, mejor
tratados y, eso sí, amiguitos del alma, del partido o de lo que fuere, que
puentean al funcionario, que a veces queda mano sobre mano y arrinconado en un
despacho o pasillo si se le considera no adicto, o sea no servil. A veces ponen médicos en sanidad, maestros o profesores en
educación, y etc., que en cuanto llegan olvidan sus conocimientos profesionales y su supuesta vocación y actúan más como “anti” que como “pro”. Tengo que aclarar que esto no alcanza,
en absoluto, a la totalidad de los cargos políticos, hay honrosas excepciones y
lo sé, por lo que desde aquí rindo un merecido y humilde homenaje a los que no
se encuentran entre la caterva de los más arriba aludidos. Lo mismo puede
ocurrir con los asesores, incluso con los funcionarios.
Y
esto no es una crítica feroz a las
personas, a las que respeto como tales, creo que el tipo de persona influye en
el desempeño del cargo; pero también creo que el desempeño del cargo hace, o al
menos moldea, a la persona (“si quieres
conocer a Periquillo, darle un carguillo”). Y en este punto, me viene a la
memoria algo que leí hace algún tiempo, y que a lo peor no viene a cuento, o sí:
Uno de los lugartenientes de Emiliano Zapata, creo, tenía verdadera
obsesión revolucionaria por llegar a México capital, entrar en el palacio
presidencial y prender fuego a la silla del presidente, pues según él era la
autentica culpable de los cambios que se operaban en las personas que llegaban
a la presidencia, incluso por la vía revolucionaria, se sentaban en ella y …donde dije digo, digo Diego. En opinión
del mismísimo Zapata esa silla estaba embrujada. Pues eso…
Dicho sea todo lo anterior con el debido respeto para quien lo merece, y sin ánimo de ofender, aunque eso es gratuito y cada cual se sirve la ración que le viene en gana o le parece.