Foto Trascieza.
El toque del Ángelus avisaba: “El Ángel del Señor anunció a María…, ”. Ellas no atendían, tanta devoción no cabía en su afán de trabajo por llegar a cubrir la tasa del día. El sol, próximo a ocultarse, encendía de vivos colores el horizonte, y solo paraban cuando se ocultaba del todo, se apagaban los encendidos colores, y las sombras se enseñoreaban de la esquina: final de ese día y fin de la jornada de lía. Recogían y se marchaban para faenar en otra tarea: preparar la cena frugal para los hombres, padres, maridos e hijos con los que la compartirían. El verbo descansar no se conjugaba, salvo cuando dormían.
Mujeres tranquilas, comedidas por fuera; por dentro algo hervía, la procesión es interna; a veces, mascullaban amargos reproches contra sí mismas y su mala suerte, que conjuraban con un rapto de buen humor e ironía.
Por la mañana, cuando el sol ya alumbraba la calle y, sobre todo, la esquina, y la templaba, salían a reanudar su diaria tarea, hecha ya la faena casera mañanera.
Y de allí se marchaba, cuando ellas llegaban, mi abuelo, con su esparto, sus valeos y capazos de pleita. Y el Ángelus, desde la radio, a medio día repetía: “Desde las espadañas de las ermitas, desde las torres de las catedrales, etc., etc., y “El Ángel del Señor anunció a María, y concibió por obra del Espíritu Santo…” Y ellas, dale que dale a la lía.