sábado, 6 de marzo de 2021

MEMORIA Y RECONOCIMIENTO DE LÍMITES.


Mis comienzos (foto de 1975) Año IV. 
Foto sacada por un alumno con posibles,
con una werlisa color (desvaído).

Los comienzos de mi carrera docente no estuvieron exentos de un cierto miedo escénico, que sufrí durante el período del año de practicas, al principio; sobre todo por la presencia de un maestro que me recordaba a algunos de los  que tuve que sufrir en mis años escolares como alumno, a los que no quería parecerme en absoluto; no eran mis modelos, y sí mis contra-modelo. Comienzos también  ilusionantes (¡ojo, que ilusionado no es lo mismo que iluso!). Había llegado a ser lo que siempre había querido ser, incluso de niño jugando a maestros y alumnos (yo el maestro, por descontado); y eso a pesar del miedo que tuve a la escuela cuando niño, que se podría calificar de terror a algún maestro de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que tuve muy presente en mis pesadillas nocturnas y miedos diurnos, o tal vez fue por eso: como "venganza" contra algún que otro maestro, por lo que quise ser todo lo contrario a lo que ellos representaron (creo que lo conseguí). El miedo que sufrí como alumno lo convertí en respeto, incluso cariño, por mis alumnas/os y empatía, y el entusiasmo, propio del joven, que suple con creces alguna atributos  que se ganan con la experiencia, creo que incluso fue creciendo con el tiempo.
    Pero a lo que iba. Cuando uno es un jovencito principiante, a pesar de todos los pesares, puede caer en la tentación de creer y vanagloriarse de que está más y mejor preparado que los "viejos" compañeros. Cuando se empieza es posible que piense que ya se está suficientemente preparado para acometer la tarea (múltiple y cambiante) y todavía queda mucho para esto; es más, dudo de que se alcance alguna vez  la plenitud. Así lo sigo pensando después de cuarenta y ocho años de docencia (cuarenta como funcionario y ocho como voluntario). ¡Ah..., y dos que llevo meditando!
    Días pasados, me encontré leyendo una novela con unas frases que el autor pone en boca de su padre, expresando una ideas con las que estoy de acuerdo, solo en parte, y que como yo no las expresaría mejor, las transcribo ahora: 
    Mi papá había sostenido que él había llegado a ser profesor demasiado pronto, y que los verdaderos maestros sólo llegaban a ser tales al cabo de muchos años de madures y meditación. "Qué gran cantidad de equivocaciones las que cometemos los que hemos pretendido enseñar sin haber alcanzado todavía la madurez  del espíritu  y la tranquilidad de juicio que las experiencias  y los mayores conocimientos van dando al final de la vida. El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría  sola tampoco basta. Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros hombres  (y mujeres, digo yo). Lo que deberíamos hacer los que fuimos alguna vez maestros sin antes ser sabios es pedirles humildemente perdón a nuestros discípulos por el mal que les hicimos." Esto puede ser objeto de debate; incluso rebatible, si no tenemos en cuenta las diferencias de matiz entre los términos maestro y docente.
    La novela de H. Abad Faciolince es El olvido que seremos.