viernes, 13 de mayo de 2022

Mi tío, mi abuelo, Morfeo, y el sueño.




Morfeo es uno de los mil hijos del Sueño. Su nombre indica su función: es el encargado de, adoptando formas humanas, especialmente de seres queridos, mostrarse a las personas dormidas, en sueños. Como la mayoría de las divinidades del sueño y de los ensueños, Morfeo es alado. Posee grandes y veloces alas, que se agitan silenciosamente y lo transportan en un instante de un confín a otro de la Tierra.(1)

Mi tío Pascual, mi chache, hermano de mi madre, mi compañero de dormitorio y de cama durante la segunda mitad de mi infancia temprana y primera de la segunda, aludía todas las noches a esta divinidad mitológica, invocándola para inducirme al placido, o agitado, sueño, tanto en las frías, largas y húmedas del corto invierno, como en las  cortas y sofocantes del largo y cálido verano. Mi tío decía, con voz fingida, ahuecada en susurros:

-¡Morfeo, baja!  Repitiéndolo cuantas veces consideraba oportuno, y preguntándome entre medio. ¿Llega ya el tío de la arena? A lo que yo no contestaba; y si no lo estaba, fingía dormir. El tío de la arena era otro personaje, popular, inductor del sueño, que obra segundos antes.

-¡Morfeo, baja! –¡Morfeo, baja y cubre con tus alas de sueño a mi sobrino!. Y Morfeo venía y, me cubría con sus alas, hechas con lo que mi tío decía, de sueños felices o pesadillas ingratas, y me inducía al sueño con la colaboración del tío de la arena, que hace caer los párpados.

Morfeo venía sobre mí con sus enormes y silenciosas alas, tomando la forma de mi abuelo paterno, al que yo no llegué a conocer porque murió unos años antes de mi nacimiento, pero por el que yo sentía añoranza y cariño por lo poco, que mi padre me contó de él. Poco más oí sobre él a su familia, salvo retazos de poquísimas y deslavazadas anécdotas. Se le nombraba poco o nada. Mi padre, ya mayor yo, solía decir: ¨de hijos a padres el parentesco es muy lejano”. Siempre creí que era un velado reproche a mi presunto desapego; pero pensando en mi abuelo y su familia barruntaba que, tal vez, se refiriera a su propia familia con relación al padre.

Cuando llegaba el alado Morfeo, al que yo creía ver con la cara de mi abuelo, aunque los rasgos eran los de mi padre, su hijo, pues no tenía ni había visto jamás una foto suya. Se decía que no se dejó retratar nunca. Puestos a fantasear, yo pensaba que mi abuelo, como los indios de las praderas, cazadores de búfalos, se negaba a dejarse fotografiar por el temor a que le robaran el espíritu junto a la imagen que habrían quedado presos en una caja con una mirilla, por donde entraban imagen y espíritu, o alma, y quedaban allí presos, aunque de la imagen saliera una copia impresa.  

Y Morfeo me arrullaba con el suave aleteo de sus alas y me transportaba al mundo de los sueños, alimentado por los susurros de mi tío; me traía sueños de hadas, príncipes, dragones, damas y monstruos. En el papel de príncipe, o héroe audaz, yo. Aunque… ¡Espera…! Si esto es un sueño, no puede haber guion; no hay papeles… 

Unas veces, soñaba que tenía los pies y el cuerpo ligeros. No tenía alas, me las prestaba Morfeo, o tal vez Pegaso, y volaba, o más bien daba grandes saltos, ingrávido, sin peso, liberado de la servidumbre de la gravedad, escapando de cuantos peligros y miedos me seguían y acosaban. Yo podía volar, o brincar a grandes saltos, y los otros, fantasmas, temores y terrores, no. Recuerdo una calle larga y estrecha, que limitaba con una iglesia, y en ella una tétrica escuela, la escuela de mis temores de la que en otra ocasión hablaré; de esta y de las gratas y razonablemente felices.

Esto es un retazo de mi mundo de ensueños, de fantasía; a veces, más real que el vivido sin imaginación, para mí y para ti. 

                                                                        Bartmarts


1) NOTA.- La referencia a Morfeo está entresacada del Diccionario de Mitología, de Pierre Grimal. RBA.